Una serie de sucesos ha ocasionado que se avive de los
derechos de los homosexuales en el Ecuador. Primero, una pareja extranjera
lésbica apareció en los medios de comunicación luego de reclamar sus legítimos
derechos ante las autoridades ecuatorianas. Después, el exabrupto de un
sacerdote levantó dudas respecto a qué tanto los grupos contrarios a los
derechos de los homosexuales quieren debatir el tema y qué tanto quieren
simplemente callar a los que pensamos diferente. Por último, una honorable
rectificación de diario El Comercio ante la publicación de un artículo
homofóbico escrito por uno de sus editorialistas muestra que en el país empieza
a existir vergüenza ajena para quienes se creen superiores por sus gustos
sexuales. Estos hechos hacen que considere oportuno expresar las principales
razones por las que yo defiendo los derechos de los homosexuales.
La principal y más importante razón es porque creo
firmemente en el principio de que todos los humanos somos iguales. Así como
años atrás muchos se quedaron callados ante la opresión a las mujeres y la
opresión racial, me parece terrible quedarse callado ante la tragedia que
sufren los homosexuales por el simple hecho de ser homosexuales. ¿Usted no
logra sentir el dolor de este niño de catorce años que se suicidó al no
soportar más las burlas que recibía por ser homosexuales? ¿O por el caso de
este niño de quince años? ¿O el de este otro niño de catorce años? ¿O de
adultos que viven reprimidos e infelices pretendiendo ser algo que no son
porque la sociedad no los acepta? Pues resulta que yo no quiero que si alguno
de mis hijos es homosexual tenga que pasar por lo mismo que esos otros niños.
Si llego a estar en esa situación apoyaré y defenderé a mis hijos en sus
decisiones, pero independientemente de que eso suceda o no, desde ahora lucharé
para que las futuras generaciones no sean discriminadas por su orientación
sexual. No hay que esperar a que el problema toque su puerta para tener
sensibilidad.
La segunda razón por la que defiendo los derechos de
los homosexuales, y la principal por la que defiendo sus derechos a tener
hijos, es porque la evidencia muestra que los niños criados por parejas
homosexuales no sufren ni de traumas ni de defectos de los que estén exentos
los niños de parejas heterosexuales. Al final del día resulta que dos hombres o
dos mujeres pueden dar el mismo cariño, atención, educación y valores a sus
hijos que una pareja heterosexual. Obviamente, será más difícil la lucha si
viven en una sociedad discriminatoria, pero eso no debería impedir que tengan
hijos, sino que debería motivarnos a dejar de discriminar. Y no, los niños no
terminan necesariamente siendo homosexuales. ¿Dónde está la evidencia? Hay un
sin número de casos de la primera generación de niños criados por matrimonios
homosexuales que hoy han llegado a la mayoría de edad y pueden contar sus
historias. Les recomiendo leer el libro “A tale of two moms” y revisar el sitio
web de su autor, Zach Wahls, para ver un gran ejemplo. Si usted sigue creyendo
en los traumas y defectos sin haber conocido en su vida a una persona criada
por un matrimonio homosexual ni haber visto evidencias que sustenten sus
creencias, entonces usted encaja, por diccionario, la descripción de
prejuicios.
La tercera razón más importante por la que defiendo los
derechos de los homosexuales es porque he tenido la oportunidad de vivir fuera
del Ecuador, en lugares donde los homosexuales pueden vivir sin miedo y sin ser
privados de sus derechos fundamentales y, ¿saben qué? ¡Son personas normales!
Tengo que admitir que sólo después de salir del Ecuador entendí el daño que le
causa el rechazo de la sociedad a los homosexuales. Mientras en Ecuador mi
impresión era de que los homosexuales no eran capaces de adaptarse a la
sociedad, ahora tengo claro de que, cuando no hay discriminación, la
orientación sexual no influye en las capacidades de una persona para tener
éxito en la vida. ¿Ha pensado usted en lo difícil que debe ser para una persona
ser rechazado por su familia y por la sociedad? Es fácil simplemente decirles “desadaptados
sociales” como hizo el homofóbico Miguel Macías la semana pasada.
Antes fueron a la mujeres a quienes “no discriminaban”
pero no las dejaban sufragar o trabajar; también estuvieron los negros quienes
eran “personas como los demás” pero no podían compartir el bus o la mesa con
los blancos; y ahora son los homosexuales a quienes “aceptan” pero les demandan
castidad, reprimir sus sentimientos y olvidarse del matrimonio e hijos. No,
abstenerse de insultarlos o de tirarles piedras no es suficiente. ¡Vaya
tolerancia!
JUAN PABLO MARTÍNEZ
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