La violencia en contra de las personas Lgbti ha sido
permanente. Vale reflexionar en la influencia ejercida por las normas de la
Corona sobre las leyes ecuatorianas en tiempos republicanos. El Primer Código
Penal (1837) castigaba la sodomía (la palabra homosexualidad aún no existía).
Pero, ¿cuál fue el origen de tal legislación? Durante el siglo XV, los reyes
católicos estuvieron a su vez influenciados por un cuerpo de normas escrito
durante el reinado de Alfonso X (Edad Media), en el cual se castigaba la sodomía.
Este documento se basaba en los supuestos bíblicos que condenaron las ciudades
de Sodoma y Gomorra. Los “homosexuales” del siglo XIII podían ser castrados
públicamente para luego ser colgados de los pulgares hasta su fallecimiento. Y
escribo supuestos porque hay textos contemporáneos que cuestionan las
interpretaciones que se han realizado de la Biblia, al traducirla de su lengua
original. Es decir, en síntesis, la penalización de la homosexualidad que duró
siglos (en Ecuador la persecución oficial fue hasta noviembre de 1997) tuvo un
origen moral. Y la misma connotación, sin duda, tiene la persecución que
todavía existe en el país desde la perversidad homofóbica en contra de la
población sexualmente diversa. Las personas transgénero, por su condición de
mayor visibilidad, han sido las más afectadas. Es por ello que la asociación
Sillueta X ha pedido oficialmente al Gobierno aclarar varios casos de
homicidio.
Bullying, acoso, discriminación, maltrato y, como en
tiempos de mayor oscurantismo, asesinato se registran aún en el Ecuador.
Durante esta semana, la organización mantuvo una reunión con el Ministerio del
Interior para acordar temas de seguridad. Algunas leyes están ahora a favor de
la comunidad Lgbti, aunque todavía faltan muchas para hablar realmente de
igualdad y seguridad.
Otros asesinatos cometidos contra ciudadanos
homosexuales no se denuncian. A veces las mismas familias no quieren que se
realicen mayores investigaciones. La vergüenza todavía está presente. La
justicia ecuatoriana tiene que apretar sus aceleradores. Quizás aquel origen de
la condenación del “pecado nefando”, que absurdamente heredó, impulse más aún
sus motores.
Pedro Artieda
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